Ya sé que no es un concepto nuevo, pero la verdad es que yo recién me percato de la contradicción y del absurdo. Porque, para empezar, ¿envejecer es una enfermedad?
Hay quienes tienen la osadía de decir que sí, y además, que es curable.
El ingeniero José Luis Cordeiro, uno de los fundadores de la empresa Singularity University, ubicada en Silicon Valley, asegura que “vamos a curar el envejecimiento”, y no sólo eso, “seremos capaces de rejuvenecer”.
Lleno de certeza, el señor Cordeiro afirma que la inmortalidad es posible, y asegura que en 20 o 30 años veremos “la muerte de la muerte”.
“Yo no pienso morir”, dice; cosa que podría causar gracia si no se supiera que habla absolutamente en serio y tiene mucho dinero financiando sus investigaciones.
Y yo no sólo lo escucho perpleja, sino aterrada de pensar en la posibilidad de la inmortalidad al alcance de… ¿de quiénes?
Por lo pronto me pregunto, ¿por qué ha de considerarse una enfermedad la vejez? Es cierto que el cuerpo se enferma, pero no sólo en la vejez.
Sin embargo, si se nos convence que la vejez, en sí misma, es una enfermedad, y que lo mejor es, cuando menos, parecer joven; entonces se comprende la cantidad de personas que se someten a diversos tratamientos y cirugías cosméticas.
La industria alrededor de esta idea es multimillonaria. Y, ¡vaya que hay demanda!, en especial de mujeres; porque, claro, a lo largo de la historia nos han enseñado que debemos “ser bonitas” (sea lo que sea que signifique esa frase en cada cultura), y que envejecer es una catástrofe. Se nos ha dicho que los hombres se ponen “interesantes”, nosotras nos ponemos “viejas”. Y, “vieja”, se asume como una descalificación, una devaluación.
Así pues, a estas alturas, muchas mujeres lucen caras en las que ya no es posible reconocerlas y distan mucho de verse jóvenes. Ni siquiera se parecen a las mujeres jóvenes que fueron. A veces el aspecto es grotesco: la piel brilla de una manera extraña, las comisuras de los labios sonríen siempre de modo casi siniestro, y los ojos alojan un asombro perpetuo.
No obstante, siguen envejeciendo. Tanto como yo.
En el colmo del absurdo, el mensaje ha llegado ya a las mujeres jóvenes. ¡Las que en este momento tienen juventud y lucen jóvenes! Porque ya no sólo se trata de cambiar la nariz o ponerse o quitarse senos.
Recientemente leí, que hay una vacuna “antiedad” que comienza a aplicarse a los 28 años (¡28 años), y a esa edad se recomiendan 6 vacunas anuales. ¿Cuánto tiempo? Hasta que se cumplan 45 años, momento a partir del cual hay que duplicar la dosis.
A mí me parece que lo que hay que cambiar es el enfoque.
Envejecer no es una enfermedad. Es un proceso natural que comienza en el instante mismo en que se nace. Además, es un privilegio. No todas las personas que nacen llegarán a viejas.
Por ello creo que debemos reivindicar todas las marcas de la vejez como algo valioso; tan valioso como las marcas de la adolescencia, por ejemplo.
Pero claro, mi idea no alimentará a las industrias que venden sueños de eterna juventud. Y menos a las que prometen inmortalidad que, dicho sea de paso, aunque sea posible, no debería serlo.