Las brujas

Escribo estas letras mientras bebo mi café en una taza negra en forma de caldero, que me regaló mi hija con estas bellas palabras: “las buenas brujas necesitan un buen caldero”.

Las brujas tienen mala fama. Y no es casual. En Europa, la iglesia católica de la Edad Media creó esa imagen, en parte para imponer esa religión -por las buenas o las malas- y en parte por razones económicas.

¿Quiénes eran llamadas brujas? 

Para empezar las mujeres que curaban, que habían aprendido a utilizar hierbas, flores para curar distintos malestares o enfermedades; que sabían calmar un dolor de estómago con manzanilla, ayudar a dormir con valeriana, curar la tos con salvia o menta.

Y eso, en un tiempo en el que to-do se debía al designio de Dios, debe haberse considerado muy peligroso. Es decir, no curaban los rezos, las penitencias, la fe, sino ¡una mujer! Eso sólo podía deberse al diablo, y por eso fueron catalogadas de brujas y quemadas vivas.

A esa idea también contribuyeron los médicos -todos hombres- a quienes debe haber parecido terrible (en especial para su prestigio y su economía) eso de que mujeres curaran con hierbitas.

Pero también hubo poderosas razones económicas. Resulta que la cerveza la crearon mujeres en la Antigüedad. Y para la Edad Media era un negocio exclusivo de mujeres.

La preparaban en sus sótanos y en calderos. Además, cuando la vendían en la calle llamaban la atención con sombreros altos, puntiagudos, que podían ser vistos a distancia. Con una escoba barrían el espacio en el que elaboraban la cerveza y sí, los gatos servían para mantener alejadas a ratas y ratones de la zona.

Cuando la abadesa Hildegarda de Bingen (1098-1179), descubrió que el lúpulo permitía conservar la cerveza por largo tiempo, fabricarla se volvió un gran negocio.

Entonces, muchos monasterios se dedicaron a ello y, para sacar a la competencia, convirtieron todas las características de las mujeres que hacían cerveza en algo diabólico, y a ellas las pintaron como mujeres feísimas. La imagen que se tiene de ellas aún ahora, pues.

Hidelagrada, por supuesto, no fue considerada bruja. Sino sabia, y sí que lo fue. Ella estudio, documentó y catalogó muchos usos de la herbolaria y abrió las puertas de sus conventos a mujeres a quienes enseñó a leer y escribir.

Vindicar el concepto de bruja es reciente. Por un lado, porque diferentes historiadoras han documentado lo que brevemente he contado aquí. Y, por otro, porque se ha querido recuperar la palabra para darle el estatus de sabiduría en las mujeres.

Una de las autoras que lo hace magistralmente es Jean Shinoda Bolan, sabia mujer que ha escrito varios libros. Uno de mis favoritos: Las brujas no se quejan.

Ahí habla de las cualidades que debemos cultivar las mujeres en la vejez. Y afirma que las ancianas que confiamos en nuestra sabiduría interior, que elegimos el camino con el corazón, que poseemos fuerza y compasión, conocemos nuestras necesidades y saboreamos la parte positiva de nuestras vidas, podemos llegar a ser brujas; es decir, sabias.

Así que aquí me tiene, en víspera del Halloween, tomando mi café en el caldero, dispuesta a mirar la luna para honrar a todas las brujas y  decirles que trato de aprender y practicar esas cualidades para estar a su altura.

23/CLT

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Firma Cecilia Lavalle
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