Toda crisis nos trae oportunidades, entre ellas de aprendizaje. No es poco.
La pandemia nos ha permitido aprender duramente, por ejemplo, que es vital –literal- invertir más y mejor en nuestro sistema de salud, así como en ciencia y tecnología.
Asimismo, muchísimos hombres han podido darse perfecta cuenta el enorme trabajo (a menudo inacabable) que representan las tareas domésticas. Y lo han hecho, porque han debido realizarlas. Así que se abre la oportunidad de tener igualdad en la corresponsabilidad en tareas domésticas y de cuidado.
Y esta oportunidad debe obligar al diseño de políticas públicas que la favorezcan. Por ejemplo, cuando se regrese a los trabajos remunerados, en horarios escalonados, sin que las escuelas, las guarderías o los centros de atención a personas adultas mayores hayan reabierto, ¿cómo se hará para realizar las tareas de cuidado?
Sin duda serán precisas políticas públicas para que esas tareas se puedan compartir en partes iguales; y, también se deberán implementar medidas especiales para quienes no tengan con quien compartir esas tareas: mujeres en su mayoría, pero también varios hombres.
En fin, esas y muchas otras, son oportunidades que la pandemia le da a nuestro país. Pero me parece que debemos preguntarnos también qué oportunidades nos ha ofrecido en lo personal.
A mí me ha ofrecido la oportunidad de acelerar el paso para utilizar las nuevas tecnologías y poder realizar mi trabajo a distancia. No es que no me acercara a ellas. Es que lo hacía “de lejitos”. Y no es que apenas me entere que era muy importante dar el paso. Es que ahora urge.
Mire, yo pertenezco a una generación que utilizó el mimeógrafo mecánico y luego el eléctrico; vio nacer el telex y luego el fax; escribió en máquina mecánica y luego en una eléctrica. Es decir, el aprendizaje fue constante.
Pero la llegada de las computadoras y el Internet me han exigido una velocidad de aprendizaje que siempre me sorprende.
Cuando llegó el Messenger, aprendí. Luego el Facebook. Aprendí. Después el WhatsApp. Aprendí. Twitter. Me resistí, pero aprendí. No obstante, se volvió imparable y, más tardaba en aprender a utilizar una herramienta que en tener que aprender a usar otra porque “esa ya estaba en desuso”.
Total, que yo decidí ir a mi ritmo. Lo que en los hechos significó algo así como entrar a una carretera de alta velocidad, manejando un “volchito” y más bien pegada al acotamiento.
Eso ya no funciona.
En estos meses he debido aprender rápidamente a utilizar diversas plataformas para tener reuniones virtuales de trabajo, y comienzan a pedirme trabajo que me exige dejar el acotamiento y entrar de lleno a esa carretera.
No crea que me encuentro muy cómoda con esas lecciones. Pero tengo claro que deberé adaptarme.
Si mal no recuerdo, en el bachillerato nos enseñaron que Darwin sostenía que sólo evolucionaban los más fuertes. Si eso fue cierto alguna vez –cosa que dudo- ya no lo es más. Podremos evolucionar –lo que en este momento traduzco como salir avante- quienes tengamos la capacidad de adaptarnos a los nuevos retos que el contexto nos impone.
Aprender es la Clave, entonces. El éxito no está garantizado. De hecho, nada lo está. Lo que hay son oportunidades. Que no es poco, ¿no cree?
Y usted, ¿qué oportunidades de aprendizaje ha tenido?