Varios pendientes se acumulan en mi escritorio y en mi cabeza; pero yo sólo tengo a la vista la caja en la que fue envuelta mi agenda 2024, y que me invita a abrirla con la insistencia de una niña que quiere ver sus regalos.
Hace muchos años que le compro mi agenda a la diseñadora Anahí Echeverría, una talentosa joven que siempre mete en la caja sonrisas y abrazos en calcomanías, separadores y notas.
Así que aquí me tiene, mirando el reloj para no sobrepasar la hora límite de entregar este texto, y con la cajita frente a mí haciéndome guiños para que la abra de inmediato.
Pero abrirla no representa cosa de un par de minutos, sino todo un ritual, porque es realmente la señal de que un nuevo año comienza.
Reviso, además, lo anotado en la agenda del año que terminó, no sólo para anotar las fechas de cumpleaños de mis afectos cercanos, sino como un modo de hacer balance. Qué hice, qué padecí, qué quedó pendiente.
Ese ritual me detiene en meses específicos. Febrero, por ejemplo, que es cuando cumplo años y también los cumplía mi padre. Se me acumulan las reflexiones y los recuerdos.
Me para en seco en abril, cuando la vida me cambió para siempre. Ese mes de un año lejano se fue mi Alex a buscar oportunidades en Estados Unidos con su esposa. Ese mes, de otro año, consiguió su residencia oficial y un trabajo que le entusiasmaba. Y un abril de 2017 murió de cáncer.
En otros meses me recuerda cosas puntuales. Conmemoraciones por derechos de las mujeres que me obligan a mirar lo avanzado sin perder de vista los retrocesos o los enormes desafíos.
También, trabajo que disfruté mucho, logros, reuniones con amistades, ideas que no se concretaron, trámites que año con año debo anotar para no olvidar.
Diciembre, por su parte, suele ser un mes en el que procuro hacer un balance. Pero esta vez la vida decidió detenerme.
Cerré el año con toda mi atención y mi tiempo centrado en mi hija, a quien le chocaron el coche, pérdida total, fractura del brazo izquierdo (que es el dominante para ella), operación y una recuperación a la que aún le faltan algunas semanas.
Eso quedará marcado en la nueva agenda, porque me recordó la fragilidad de la vida y, por sobre todo me enseñó que está bien sentirse miserable, que acompañar a quien sufre requiere un delicado equilibrio entre la compasión y el optimismo.
Me enseñó que puedo sostener y ofrecer mi fortaleza, pero también debo dar espacio a la frustración, el enojo, la tristeza.
Es decir, aprendí que para acompañar es mejor ser “colchón” que “roca”. Y eso me lo enseñó mi sabia hija Talía. Así que claro que quedará anotado en la Agenda.
Y mire lo que son las cosas. La ilustración de la Agenda de este año (no resistí y abrí la caja) es una sirena acompañada por una mariposa, lo que en este momento representa para mí la idea de fluir ante las situaciones y recordar que todo cambia, se transforma.
Lo mejor es que Anahí complementa la ilustración con un sol que sonríe y una luna en cuarto creciente. Así que iré bien acompañada.
Deseo que nos acompañemos este nuevo año, y que su vida fluya, se transforme para bien y, como en mi caso, alumbren su camino un sol que sonría y una luna en franco crecimiento.
24/CLT