Este es un extracto de las reflexiones que compartí el pasado mes de junio con lectoras y lectores de Siglo Nuevo.
Hace quince días le contaba de las tentaciones que se tienen en lo que la psiquiatra Jean Shinoda Bolen llama “tercera fase”, la actriz Jane Fonda llama “tercer acto”; y yo, que no soy psiquiatra ni actriz, llamo “tercera base”, como en el béisbol.
Esta fase inicia alrededor de los 50 años, cuando comenzamos a tener conciencia de nuestra vejez. Y se trata de una etapa en la que, contrario a lo que parece, tenemos muchas tentaciones.
Una de ellas es querer ser (o parecer) siempre joven. No aceptar y abrazar nuestra vejez. Otra es creer que las aventuras se terminaron porque es hora de buscar puerto seguro. De esas le platiqué en el artículo anterior. Hoy le cuento de otras dos.
Evito caer en la tentación de creer que “nuestros tiempos fueron mejores”.
Pare empezar estos son también nuestros tiempos. Y para seguir creo que la nostalgia tiene la mala manía de embellecerlo todo. Por ejemplo, suelen exaltarse “nuestros tiempos” cuando se critica a las y los millenials; es decir, quienes nacieron con el milenio.
Las diferencias generacionales suelen generar conflicto. Sólo que ahora lidiamos con varias diferencias. Entre la generación anterior y la mía hubo innovaciones sociales como los movimientos por la liberación de las mujeres y por los derechos civiles de la población afroamericana. Las nuevas generaciones siguen viviendo innovaciones sociales, pero sobre todo viven innovaciones tecnológicas que han cambiado la dinámica personal y social. Eso representa retos importantes para quienes estamos en la tercera base.
Una amiga me decía el otro día: “Es una barbaridad, estos millenials llegan a pedir trabajo y lo primero que preguntan es cuánto van a ganar y cuáles son sus prestaciones. En nuestros tiempos, ¿te acuerdas? podíamos trabajar hasta gratis”.
Es decir, le contesté, les reprochas que no tengan nuestra capacidad de ser explotadas. ¡Nos enseñaron a glorificar la explotación!
A mí me alegra que esta generación vea que tras la explotación sólo hay más explotación. Y miro sus formas y sus modos con curiosidad.
Una última tentación que evito es quedarme arropada en la tristeza. Y esta es de las más difíciles.
A estas alturas ya solemos tener pérdidas en la maleta. Y algunas se nos acumulan. Podemos haber perdido el trabajo, la casa, la salud. Estar en duelo por la muerte de seres amados.
Yo en mi maleta llevo las pérdidas de mi abuela, mi padre y, ustedes saben, desde hace dos años lloro a mares la muerte de mi hijo Alejandro.
Así pues, creo que debemos acostumbrarnos a la habitual e impertinente visita de la tristeza; pero no caer en la tentación de arroparnos con ella porque, como dice Isabel Allende en su novela Largo pétalo de mar: “no es un manto de dignidad sino de desprecio por la vida”.
Por eso convoco a la felicidad y procuro envolverme en ella sin culpa y sin remilgos. Si la melodía invita al cuerpo a bailar, ¡bailo! Si se me antoja una copa de vino, ¡brindo! Si algo me hace gracia, río a todo pulmón.
Así voy ahora por la vida. Sin caer en la tentación. Y si caigo… Pues me me perdono y sigo caminando. Porque en la tercera base he aprendido que esto no se acaba hasta que se acaba. Como en el béisbol.