Estamos ya en la temporada que coloca al amor en el centro del escenario; y lo hace en blanco, rojo y dorado, con foquitos de colores y olor a pino. Y a mí esta temporada me encanta. Pero es momento de preguntarse: ¿Qué amor?
Yo tarde muchos años en descubrir que el amor no es lo mismo para las mujeres que para los hombres, y no es el mismo ahora que lo que fue en el siglo XV, XVIII o XX. Es decir, el amor es un sentimiento moldeado por la cultura y la sociedad; y por eso cambia su concepción y sus parámetros según el lugar y el tiempo del que hablemos.
La frase, por ejemplo, “le debes amor a tu esposo”, hoy se oiría extrañísima. Sin embargo, esa frase permeó la cultura durante siglos. Y al verbo “deber” se le añadían conceptos como: respeto, obediencia y veneración.
Como lo lee, las mujeres éramos educadas para venerar –como a un dios- al hombre con el que decidíamos unir nuestras vidas en matrimonio (porque, desde luego, se asumía que sería un hombre). Del mismo modo para los hombres se establecieron como deberes: guiarnos, cuidarnos y protegernos.
No sólo fue parte de nuestra educación, sino que fue un mandato legal. En nuestro país figuró en el Código Civil. La Epístola de Melchor Ocampo se leyó obligatoriamente en la celebración del matrimonio civil hasta principios de este siglo, y aún algunas juezas y jueces lo recitan de memoria.
De modo que la idea de amor no escapaba –no escapa- a la idea de lo que se considera debe ser y hacer una mujer, por nacer mujer, y a lo que debe ser y hacer un hombre, sólo por nacer hombre.
El problema es que esos mandatos sociales y culturales ya no cuadran con la realidad. La formación cultural de princesas y héroes cada vez cuadra menos. Pero aún veo a muchos hombres sin entender qué pasa.
Una vez en una conferencia que di en una escuela de bachillerato, un joven con cierta tristeza me decía: “es que ya no quieren ser nuestras novias”. Y tras hacer una lista de lo que los jóvenes de esa aula buscaban en una novia, llegaron a la conclusión de que su ideal de novia estaba prácticamente ubicado en el siglo XVIII.
Muchos siguen el guión de ser héroes, pero ya no hay princesas que esperan ser rescatadas. Ya salieron de la torre por sus propios medios. Muchos quieren mostrar amor bajo el abrigo de protección, pero ellas buscan un compañero, no un guardaespaldas. Muchos han aprendido que el amor es proveer, y muchísimas se mantienen solas o aspiran a hacerlo.
Los hombres deben cuestionar las ideas del héroe con las que se construye su ideal de ser hombre. Los hombres deben transformar sus ideas y aprendizajes respecto a lo que es el amor; porque, además, con frecuencia esas ideas no excluyen la violencia.
Entonces, si vamos a hablar de amor, que esta temporada sirva para repensar la idea misma del amor.
Pensemos en el amor como un sentimiento entre iguales, que implica igual compromiso, igual respeto, igual trabajo, igual libertad, iguales cuidados.
Y eso se traduce en: reparto igual de las tareas de cuidado y del trabajo del hogar. Igual reparto del tiempo de ocio y de descanso. Igual pacto de respeto y cuidado.
Si vamos a hablar de amor, pensemos en igualdad de mujeres y hombres. Y si vamos a hablar de igualdad, repensemos todo.