Y cuando despertamos, el dinosaurio aún estaba ahí.
Augusto Monterroso
Hago mías las letras de Augusto Monterroso, escritor guatemalteco que, en 1959, escribió el cuento más corto.
¿Cuál dinosaurio?
El dinosaurio es el poder que ratifica pactos sobre los cuerpos de las mujeres, sobre las heridas de las mujeres, sobre la humillación de las mujeres, sobre la desigualdad de las mujeres.
Es el poder que considera que las mujeres importan menos, valen menos; que no se conmueve ni se mueve para evitar la masacre, la tortura, la guerra que se despliega todos los días en el cuerpo de las mexicanas.
Porque un promedio de 11 mujeres asesinadas al día es una masacre. Cuatro mujeres violadas por minuto es la tortura normalizada. Millones de mujeres con miedo de no regresar a casa es vivir en un país que le ha declarado la guerra a las mujeres.
El dinosaurio también está en el poder indolente, que permite, por acción u omisión, que nueve de cada diez feminicidios, golpizas, violaciones, queden impunes; que ni siquiera sabe cuántas mujeres están desaparecidas, que no las busca, que las abandona.
El dinosaurio es, asimismo, el que representa un presidente que no entiende ni quiere entender qué es el feminismo, por qué protestamos, qué nos enoja, por qué nos enoja, qué nos duele, por qué nos duele.
Sí, cuando despertamos, el dinosaurio todavía estaba ahí. Pero nosotras también.
¿Quiénes somos nosotras?
Nosotras somos las feministas que comprenden que cada libertad de la que hoy gozamos y cada derecho que hoy ejercemos, fue ganado por otras, como nosotras, que vieron al dinosaurio y no se amedrentaron.
Somos las que sabemos de dónde venimos y a dónde vamos.
Somos las periodistas que miran con otra perspectiva, dan voz, resisten, analizan, cuestionan, documentan.
Somos las activistas que acompañan a las víctimas, las cobijan, las refugian, las defienden, y les hacen saber que no están solas.
Somos las jóvenes feministas que toman la calle, las plazas, las aulas, que exhiben a sus agresores, filman a los misóginos, comparten con valentía el “yo también” y exigen justicia, justicia, justicia.
Somos las jóvenes que no saben de Gouges, Wollstonecraft, Valcárcel, Lagarde, Cegato; pero están hartas de llorar por sus hermanas y amigas desaparecidas, violadas o asesinadas; hartas de sentir el aliento del dinosaurio en el cuello, en el transporte público, en la escuela, en la calle; hartas de vivir con miedo. Y han abrazado al feminismo como alternativa al masoquismo.
Somos, de igual modo, las madres, las abuelas, las primas, las hermanas de niñas y mujeres que el dinosaurio alcanzó y hoy buscan en cada esquina, en cada burdel, en cada palmo de terreno para rescatar, aunque sea, sus huesos.
Nosotras, en fin, somos las feministas que insistimos, persistimos, resistimos. Somos las que nombramos, las que no olvidamos, las que llevamos la cuenta, las que buscamos, las que exigimos justicia, las que cantamos, bailamos, pintamos, escribimos, gritamos, transformamos, cambiamos y avanzamos por nuestra vida, por nuestra dignidad, por nuestra libertad, por nuestros derechos.
Siempre ha sido así. Siempre.
Sí, cuando despertamos el dinosaurio todavía estaba ahí. Pero nosotras también. Y, como dice Rita Cegato, la historia no ha sido clausurada.