A mi la Navidad me encanta. Desde que tengo recuerdos me gusta todo. El olor a pino, los colores brillantes, las luces titilantes, las canciones melosas con campanitas. Pero creo que lo que más me gusta son los abrazos.
No sé en Oriente, pero sin duda en Occidente ésta debe ser la época en que más que regalos, se entregan y se reciben abrazos.
Yo pertenezco a una cultura que abraza. Soy mexicana del sureste. Y hago la acotación porque no en todo el país se salvan fácilmente las distancias corporales.
Nací en la Ciudad de México, que entonces se llamaba Distrito Federal y que hace 57 años no tenía la cantidad de habitantes que tiene ahora, pero ya era impersonal y poco abrazadora.
Sin embargo, mi padre era un digno yucateco (léase: bohemio, sencillo y abrazador). Él llegó a la gran ciudad a estudiar para “ser alguien”. Y cuando se convirtió en médico, se enamoró de mi madre, se casaron y nacimos el cuarteto que somos, se dio cuenta de que eso de “ser alguien” en esa ciudad, era ser nadie para todos y en especial para su familia a la que casi nunca veía y sólo podía abrazar los domingos.
En la primera oportunidad aceptó un trabajo en Campeche, que no era su Mérida linda y querida, pero se acercaba. Y ahí, a mis 14 años, inicié mi educación abrazadora comunal. Si en la capital apenas te miraban al caerte en la calle; en Campeche, te sonreían, te abrazaban y te invitaban a comer bajo cualquier pretexto.
Y supongo que ahí aprendió toda la familia, porque hasta la fecha, cuando nos vemos mis hermanos y yo nos abrazamos. Y nos abrazamos sin mayor motivo. Sólo porque estamos uno frente al otro.
Para la mayoría de la gente no es así. No les es fácil romper la barrera y pedir o aceptar un abrazo. Pero yo no sé si los colores, las luces, los olores, el ambiente en general o los mensajes de amor y paz típicos de la época, contribuyen a que personas de las que el Grinch se sentiría orgulloso, se dispongan a recibir y dar abrazos.
En fechas recientes circuló un artículo que enumeraba una docena de beneficios para la salud derivados de un abrazo. Iban desde la generación de endorfinas hasta prevenir el cáncer. Y recuerdo que al leerlo pensé lo mismo que cuando enumeraron los beneficios de beber café (que también alcanzan para prevenir el cáncer): Me da igual, a mí me gusta.
Y con todo que suelo abrazar sin mayor fecha en el calendario, he descubierto que estoy disfrutando los abrazos como regalo al pie del arbolito.
No sé si porque empiezo a ir a otro ritmo por la vida. O porque la muerte de mi hijo le dio otro valor a todo, entre ello al “aquí y ahora”. O porque hecho mucho de menos su ausencia. O porque mi corazón parchado recibe como bálsamo los abrazos largos y amorosos. O porque las luces de colores y el olor a pino recuerdan que se acerca la Navidad. El hecho es que disfruto los abrazos ahora más que antes.
Así pues, querida lectora, querido lector, le mando un largo y amoroso abrazo. Sólo porque sí. (Está bien, también porque es Navidad y la Navidad me encanta).
¡Feliz Navidad!
18/CL