Maternidad voluntaria

Yo no tengo ningún problema con las mujeres que desean ser madres, y deciden serlo. Con lo que tengo problema es con una cultura –y sus férreos defensores- que obliga a las mujeres a ser madres, quieran o no.

Ya en el siglo XIX, el Código Napoleónico establecía legalmente que no éramos dueñas de nada, empezando por nuestro cuerpo. Se convirtieron en delito el adulterio –sólo para las mujeres, por supuesto- y el aborto.

De entonces a la fecha a las mujeres se les ha obligado a ser madres por la buena o por la mala.

Por “la buena” (y lo pongo entre comillas porque suave y dulce no es) incluye todas estas ideas de que nuestra principal misión en la vida es ser madre.

El entrenamiento comienza a muy temprana edad, con bebés de juguete que hacen pipí y popo, eructan, vomitan, demandan atención, y para los que hay que comprar biberones, bañeras y toda clase de artículos al respecto.

Nada de eso –he de aclarar sólo por si hiciera falta- existe para los niños. A ellos no se les entrena para ser padres. Es más, se considera altamente inapropiado que un niño tenga un bebé de juguete o juegue con el de una hermana o prima, a cargarlo, cambiarlo de pañales, alimentarlo.

Y luego, las miradas de reprobación o la insistencia. A un hombre no hay ideas que le obliguen a explicar por qué no quiere ser padre, o porqué aún no desea serlo dado que está enfocado en sus aspiraciones personales o profesionales.

Así pues, “por la buena” están las ideas sociales y culturales que buscan imponer que ser madre es un destino para las mujeres. Te guste o no. Quieras o no.

La creación del Día de la Madre en México se enmarca en ese contexto.

Hacia 1922, en Yucatán, para brindar educación sexual y orientar sobre el control de natalidad, se publicó un folleto titulado: “La brújula del hogar”.

En la capital del país les dio el supiritaco a más de dos –señores, desde luego-. Enfurecieron, calificaron de “criminal” el folleto (porque, claro, las mujeres deben tener los hijos que el señor quiera –y por “señor” me refiero al marido en cuestión-), y le exigieron al Secretario de Educación perseguir bajo el delito de imprenta a quienes lo difundieran.

Y, en equipo, el dueño del periódico Excélsior, con apoyo del Secretario de Educación y la alta jerarquía católica promovieron: 1) que en las escuelas se enseñe el amor a la madre, 2) la construcción “de un monumento de ternura a las que nos dio el ser”, 3) una campaña para “halagar” a las madres con regalos.

Hoy, claro, es un día altamente rentable para distintos negocios, y se llena de frases, poesías, festivales escolares donde se exalta hasta la cursilería la abnegación y el sacrificio de las mujeres.

Y como ahora se han incrementado los esfuerzos a la mala para obligar a las mujeres a ser madres (leyes o intentos de reformas legales que obligan a las mujeres –so pena de cárcel- a tener un hijo o una hija que no desean), quiero recordar que en 1991, en el Monumento a la Madre, bajo la leyenda “A la que nos amó antes de conocernos”, un grupo de feministas colocó debajo una placa que decía: “Porque su maternidad fue voluntaria”.

P.D. Gracias con todo mi corazón a las lectoras y lectores que, contra toda advertencia terminaron de leer el artículo del número anterior. Gracias por acompañarme. Gracias por su amoroso abrazo.

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Firma Cecilia Lavalle
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