Regalos

Quienes me han acompañado por estas páginas, saben muy bien que me encanta celebrar mi cumpleaños.

Hay regalos que vienen sin envoltura. Y no la precisan, porque no pueden ser mejores. Yo recibí varios de esos en mi cumpleaños.

Quienes me han acompañado por estas páginas, saben muy bien que me encanta celebrar mi cumpleaños.

Y cuando digo “celebrar” no me refiero a una fiesta, sino al gozo íntimo de cumplir un año más de vida y al hecho de compartir esa felicidad con mis amores más cercanos.

Por muchos años esa celebración sólo incluyó a mi esposo, hijo e hija. Con el tiempo, en mi mesa se abrió lugar también para mi nuera, yerno y amistades que ya son familia. Comíamos, reíamos, platicábamos, jugábamos algún juego de mesa.

Pero esta ocasión fue diferente. Y es que recibí regalos, que hicieron de mi cumpleaños 62 algo memorable.

El primero lo recibí con mucha anticipación. El pasado 28 de diciembre llegó mi madre de visita y declaró que se iría después de mi cumpleaños.

La visita de mi madre siempre es gozosa. Pero hacía décadas que no pasábamos juntas mi cumpleaños. Ambas vivimos en ciudades distantes, y mi padre cumplía años un día después del mío. De manera que las fiestas familiares eran allá, y yo me les unía cuando podía, lo cual no sucedía a menudo. Así pues, mi primer regalo fue pasar mi cumpleaños con mi madre.

El segundo regalo también llegó con anticipación. Mi hija ha venido a visitar a su abuela todas las tardes. De modo que hemos convivido las tres generaciones como nunca antes.

Además, la vida nos dio la oportunidad de pasar un día entero juntas. Desayunamos, platicamos, vimos una película que nos hizo llorar, reír y reflexionar.

Otro de mis regalos fue la visita de mi hermano, el menor, y su esposa. Decidieron venir a buscar a mi mamá para llevarla a casa, pero organizaron su agenda de trabajo para llegar un par de días antes de mi cumpleaños. Así que pudimos convivir, platicar, reír, como nunca.

Y, por si eso fuera poco, justo el día de mi cumpleaños, llegó otro de mis hermanos, con toda su familia, una familia que es muy querida para mí. Fue una gigantesca sorpresa bien confabulada con mi esposo, mi madre y mi hija.

Viajaron alrededor de 10 horas (5 de ida y 5 de regreso) exclusivamente para comer conmigo. Llegaron alrededor de las dos de la tarde, y al día siguiente emprendieron el regreso.

Fue un día memorable. Mi familia materna es ruidosa, divertida y nos encanta jugar juegos de mesa. La esgrima verbal con bromas y sarcasmo es la especialidad. De modo que reímos mucho y sin recato. Y fue muy gozoso ver en esa dinámica al hijo mayor de mi sobrino que, a sus 12 años, comienza a ser maestro de esa esgrima verbal.

En síntesis, fue un cumpleaños que guardaré en el corazón. No sólo porque estar con mi familia me gusta y me divierte mucho. Tampoco, porque adoro a mi sobrina y sobrino, y me encanta verles como personas adultas, escuchar sus logros, sus planes, verles con sus propios hijos.

De todos los regalos que la sola presencia de algunos de mis seres más amados me trajo, el que más aprecio es el tiempo que me dedicaron. El tiempo, escaso casi siempre en esta vida agitada y llena de actividades, es un regalo que aprecio desde el fondo de mi corazón.

Mis 62 años arrancan con sorpresas, alegría y regalos extraordinarios. Y aunque fue el 10 de febrero, ¡aún se aceptan abrazos!

23/CL

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Firma Cecilia Lavalle
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