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Cecilia Lavalle

Cecilia Lavalle

Un guiño de la vida

Apenas hace quince días reflexionaba respecto a la sabiduría que encierra la frase “la vida sigue”. Pues le cuento que, por si no me había quedado claro, hace unos días la vida me hizo un amoroso guiño.

Aunque, como bien sabe, tras un cáncer devastador perdí a mi hijo hace casi tres años, conservé una nuera.

Quien fuera compañera de mi Alex en la salud y en la enfermedad (nunca mejor descrito), sigue teniendo un lugar en nuestra familia y nuestro corazón.

Ella parece una suave princesa inglesa hasta que se le mira a los ojos y se encuentra a la mujer de una pieza que puede ser muy dulce, o no, según las circunstancias.

Se acomodó muy rápido en nuestra familia, como si el espacio siempre la hubiera estado esperando.

Cuando decidieron probar suerte en Estados Unidos (ella es ciudadana norteamericana y mexicana), más tardaron en anunciarlo que en deshacerse de todo lo que habían adquirido y zarpar. Y más tardaron en establecerse en un pequeño departamento, que en tener que albergarnos cuando apareció el cáncer.

Mi esposo y yo vivimos ahí, acompañando a Alex en el infierno que representan las quimioterapias, las radiaciones, el hospital… Y haciéndonos cargo de las tareas del hogar y el cuidado de sus dos perritas, mientras mi nuera dividía su vida entre el trabajo (vital para no perder el seguro médico) y Alex.

El dicho: “¿Quieres conocer a Andrés?, vive con él un mes”, es cierto. Así que realmente pudimos conocernos mejor en momentos muy duros.

No fue fácil. Yo soy muy territorial. Si usted me deja entrar a su cocina, al día siguiente prepararé el café como a mí me gusta. Y aunque esa característica (para no llamarle defecto) haya sido de mucha utilidad, dadas las circunstancias, mi nuera muchas veces se sintió –con razón- invadida y anulada en su propia casa.

No lo dijo. Y yo tampoco dije lo que no me gustaba. Ambas fuimos avanzando y retrocediendo en las tensiones cotidianas de la manera más suave posible, porque entendimos que la prioridad era otra.

En ese duro tiempo muchas cosas admiré de mi nuera. Por ejemplo, su fortaleza. Ni un solo día dejó de dormir con Alex. Era capaz de empacar en minutos y trasladar su vida al hospital sin pestañear. Nosotros la relevábamos a las 7 de la mañana para que ella pudiera irse a trabajar. Y salía del hospital como si hubiera dormido plácidamente y con la sonrisa de una recién casada. Regresaba al salir de su trabajo para cenar con su esposo, así Alex sólo pudiera tomar una sopa o nada.

Pero una de las cosas que le agradeceré el resto de mi vida, es cómo lo miraba. Lo miró siempre como el día de su boda, aunque mi hijo ya no fuera ni la sombra del muchacho guapo con el que se casó.

De entre sus últimas palabras, Alex dijo: “Dejen que Stef sea feliz como quiera”. Así ha sido. Y hemos tejido con ella afectos que trascienden la relación que la vida nos permitió iniciar.

Hace un año comenzó una nueva relación de pareja con un amoroso muchacho a quien conocí a fines del año pasado. Y hace unos días nos habló para decirnos que está embarazada.

Confieso que al principio tuve sentimientos encontrados. Pensaba en lo que pudo ser y no fue. Pero pronto entendí que la vida me hacía un guiño. Un amoroso guiño.

¡Mi amada nuera está embarazada! Está feliz, iluminada, radiante. Y yo comparto esa alegría. La vida sigue. Y sigue para bien.

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