Días de lluvia

No sé dónde leí que los días lluviosos son, en realidad, buenos días fuera de contexto. Y pensé, bueno, sí, en sitios donde hay una sequía espantosa, por ejemplo. Pero, honestamente, no son buenos días para mí.

Verá usted, para decirlo rápido soy como una gallina de trópico. Me encantan los días luminosos en los que el cielo te da los buenos días con la energía de quien tiene 20 años, y se retira a descansar suavemente como quien tiene 80.

A decir verdad, no me gusta mucho cuando el sol nos agrede con un calor de infierno, y andamos como alma en pena, sudando por cada poro y rogando porque el viento irrumpa como vecina con buenas noticias.

No obstante, prefiero eso a los días nublados y lluviosos.

En mi pedazo de mundo llueve y llueve y llueve desde hace días. El gris perezoso de la mañana se queda ahí todo el día, y sólo se mueve para dar paso a los desplantes de bravuconería de la lluvia que, a ratos parece malhumorada y otros, furiosa.

A veces, como las malas películas, parece que ya va a terminar y nada, deja ahí un chipi chipi, ignorando que su audiencia está harta y bosteza y solo quiere que termine de una buena vez.

Otras, como actor de reparto, se aleja a un segundo plano y deja que el sol salga y se empiece a acomodar, pero no bien comienza su interpretación, le quita el protagónico y se vuelve a instalar como gato; es decir, donde quiere cuando quiere y como quiere.

No sólo es que a mí no me gusten los días lluviosos, tampoco parece gustarle a mi ciudad. Varias zonas están inundadas y todo está húmedo: paredes, ropa, sábanas, zapatos; se siente humedad hasta en los huesos. Y, lo peor, es que el sol debe andar enojado por su obligada retirada, porque a veces ¡hay mucho calor!

Lo que más me molesta es que con este clima yo parezco una mala señal de Internet. Tardo en cargar pila, despliego mis actividades con lentitud y sin previo aviso me caigo (léase: me acuesto en el primer espacio disponible).

 Así estuve hasta que entendí que, al clima, mis inconvenientes le tenían sin cuidado, y entonces hice lo que cualquier alma sensata (sin trabajo pendiente) puede hacer: me metí en la cama a leer.

Nada de trabajo o estudio, me dije. Porque, ya sabe, siempre hay algo que revisar o releer o analizar. Esta vez me puse firme y busqué entre las novelas que esperan pacientes como las buenas amigas.

Le abrí la puerta a La buena suerte, una novela de Rosa Montero.

Y le cuento que leí, leí, leí, casi sin parar.

Hacía mucho que una historia no me seducía al punto de no querer que cambiara el clima para que mi sistema no se activara en modo “a trabajar”.

Disfruté muchísimo la historia, el uso del lenguaje, la estructura, el ritmo. Todo.

Rosa Montero es una gran escritora. Eso ya lo sabía. Pero en general leo sus trabajos periodísticos, y apenas si le había leído algo más. Dos libros de relatos sobre la vida de mujeres destacadas en la historia (¡maravillosos!) y la biografía novelada de Marie Curie (que también me encantó).

Pero, sin duda, esta novela me salvó la semana.

De manera que parece que es cierto. Los días lluviosos son días buenos fuera de contexto.

22/CL

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Firma Cecilia Lavalle
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