De aquí

¿Qué nos hace decir que somos de aquí? Donde quiera que sea “aquí”. A veces es el lugar donde nacimos y nacieron nuestros ancestros y ancestras. Pero, si no es el caso, ¿qué nos hace decir que pertenecemos a ese lugar?

Desde hace muchos años en nuestro país hay una gran migración interna. No hay números. Nadie parece llevar la cuenta. Pero comunidades enteras han visto reducir su población en la misma proporción en que otras han visto el aumento casi de una semana a otra.

La falta de seguridad, así como la falta de oportunidades económicas y laborales, quizás son las principales causas por las que la gente se desarraiga de un lugar y arriba a otro.

Pero una cosa es llegar, establecerse, encontrar mejores condiciones, incluso echar algunas raíces, y otra muy distinta es sentir que perteneces a ese lugar y que ese lugar te pertenece.

Yo llegué a mi “aquí” con mi esposo hace casi 40 años. Llegamos porque había nuevas e interesantes oportunidades laborales. Y aquí nos quedamos cuando esas oportunidades cerraron su ciclo.

Fue una decisión meditada y consciente. Dijimos algo así como “toquemos puertas y veamos cuáles se abren”. Y, a lo largo de nuestra vida se abrieron unas, se cerraron otras y, de nuevo, se abrieron más.

“Aquí” hemos construido toda nuestra vida profesional y toda nuestra vida familiar.

Pero, en mi caso, el sentimiento de pertenencia no llegó al tomar la decisión de quedarnos ni cuando se abrieron puertas.  No llegó cuando pudimos dar el enganche para comprar nuestra casa. Tampoco cuando aquí nació mi hijo, ni cuando nació mi hija.

No llegó cuando comenzamos a tejer lazos de afecto y amistad con algunas personas.

Llegó cuando conocí la historia del lugar.

Sucedió cuando trabajé para uno de los más importantes periódicos del lugar, y tuve la oportunidad de entrevistar a distintas personas. Todas mayores que yo (algunas podían haber sido mis abuelas o abuelos). Casi todas inmigrantes o que pertenecían a la primera generación de hijas o hijos de inmigrantes.

Todas esas personas, al contarme su historia me fueron contando la historia del lugar. De manera que, de primera mano, pude conocer no sólo la Historia (con mayúsculas), esa que cabe en libros y documentos, sino la historia (con minúscula), esa que relata las pequeñas o grandes heroicidades que implica forjar una comunidad.

Cuando hice ese trabajo, que duró un par de años de la década de 1990, me sentí por primera vez más de “aquí” que de ninguna otra parte. Recuerdo, incluso, haber visitado en esos años el lugar en el que nací y mirarlo con ojos de turista.

Una amiga dice que somos del lugar en el que está nuestro corazón.

Y yo me di cuenta que todas las personas que entrevisté habían puesto alma, vida y corazón para forjar esta ciudad; del mismo modo en que yo ponía alma, vida y corazón para crecer en este lugar y hacer lo que estuviera en mis manos para contribuir a que fuera mejor para otras generaciones.

A lo mejor, es menos romántica la decisión de pertenecer.

Cuentan que en una entrevista le preguntaron a la costarricense Chavela Vargas por qué decía que era mexicana. Y ella, en su más puro estilo contestó: “los mexicanos somos de donde nos da nuestra chingada gana”

Pues lo dicho, yo soy de aquí.

23/CL

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Firma Cecilia Lavalle
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