Dicen, quienes saben de eso, que el ser humano necesita contacto humano -casi tanto como alimento y agua- para sobrevivir. Es decir, somos fundamentalmente seres sociales.
Con el auge de las nuevas tecnologías esa teoría está puesta en cuestionamiento. Y hay acalorados debates –al menos entre algunas de mis amistades- respecto a lo mucho –o poco-, para bien –o para mal- que van a cambiar las nuevas generaciones por falta de contacto personal sin que medie un aparato electrónico.
Yo pertenezco a una generación en la que el contacto cuerpo a cuerpo es importante. El teléfono (fijo, por supuesto y de disco para mayores detalles) se utilizaba para una comunicación breve y para emergencias.
Así que platicar con alguien, significaba: encontrarte con esa persona, estrechar su mano, abrazarla, mirarla a los ojos y escucharla o compartir con ella tus pensamientos y emociones.
Por eso me pareció maravilloso tener un encuentro con mis lectoras y lectores de Siglo Nuevo, en una reciente visita que hice a Torreón, Cohahuila.
El periódico se encargó de convocar y yo de dar una charla (que titulé “Sin caer en la tentación” y de la que le contaré en la próxima entrega).
La reunión tuvo lugar en las instalaciones del periódico El Siglo de Torreón, un edificio antiguo que se ha ido adaptando a la modernidad con elegancia y sobriedad.
En su patio central colocaron una tarima con fotografías mías de fondo, y en una esquina un sillón, un escritorio y una hermosa máquina de escribir antigua, que gozosamente me hubiera podido traer a mi casa.
El subdirector editorial –Yohan Uribe- y la editora del suplemento –Daniela Ramírez- me recibieron como se recibe a un familiar que se quiere y a quien no se ha visto en mucho tiempo.
Daniela me hizo una interesante entrevista para Siglo TV. Saludé a nuevos compañeros y compañeras, y me dispuse para el encuentro.
Yo pensé que si llegaban 20 personas me sentiría muy feliz. Así que podrán imaginar mi emoción cuando vi el salón con, no sé, 80, 100 personas.
Me recibieron con un gran cariño.
Les compartí mis reflexiones, nos reímos, nos pusimos solemnes, nos volvimos a reír. Todo en dos horas. Como sucede en los encuentros personales, donde puedes mirarte a los ojos.
Al final tuvimos oportunidad de abrazarnos. Y muchas personas sólo se acercaron para eso. Me recordaron que en un artículo había pedido sólo un abrazo por el aniversario de la muerte de mi hijo; entonces, se pararon junto a mí y me dijeron: “vine a darte ese abrazo”.
Otras me dijeron que me habían acompañado con sus oraciones durante todo el proceso de enfermedad de Alex y a lo largo del duelo. Y me hablaban como se le habla a las amigas en momentos difíciles.
Algunas más, me dijeron que, en efecto, era como encontrarse con una vieja amiga, porque me leían desde que comencé a escribir en Siglo Nuevo, ¡hace 19 años!
Otras personas me hicieron comentarios sobre un artículo en específico y me decían que debí decir tal cosa o que me faltó agregar tal otra.
En fin, fue una experiencia maravillosa.
Yo no sé cómo resultará para las futuras generaciones el escaso contacto personal. Para mí, el contacto cuerpo a cuerpo no tiene comparación.
Gracias queridas lectoras, queridos lectores, por ese encuentro. Hemos de provocar que se repita.