Si pudiéramos reunirnos con algunas sufragistas, ¿qué sucedería?
Me las puedo imaginar. Están sentadas tras una mesa cubierta con un elegante mantel morado, que Amalia Castillo Ledón aprueba con la mirada. Desde su sitio tienen una vista completa de las miles de mujeres que estamos ahí.
Yo estoy lejos de la primera fila, pero alcanzo a ver que junto a Amalia se encuentra María Lavalle con un traje sastre color negro y un sencillo collar de perlas. También veo a Hermila Galindo y Adelina Zendejas que toman nota; a Margarita Robles que mira muy seria a su alrededor; a Esther Chapa, sin un cabello fuera de lugar; y a Elvia Carrillo Puerto, que sonríe al saludo de varias manos que se levantan.
Están ahí para ser homenajeadas. Ellas y otras que durante varias décadas -en solitario o en colectivo, en cada foro, en cada página, en cada oportunidad- solicitaron, demandaron, exigieron el reconocimiento legal del derecho al voto de las mujeres.
De pronto se apagan las luces y comienza a transmitirse un video. La narradora relata algunos hitos de la lucha sufragista, que comenzó en 1821 con la petición de voto por parte de mujeres zacatecanas, bajo el argumento de haber dado por la patria “todo y más”. Continua el relato al tiempo que se ven fotografías de Elena Torres, Columba Rivera, Eulalia Guzmán, Cuca García, Dolores Jiménez Muro, Soledad Orozco; del Congreso Feminista en Yucatán; de las revistas Violetas de Anáhuac y Mujer Moderna.
“En 1922 –dice la narradora- en Yucatán fueron electas las primeras mujeres del país: Elvia Carrillo Puerto, Beatriz Peniche y Rosa Torres. Pero fue Chiapas, que reformó su ley en 1925, la única entidad que nunca la derogó”.
Mientras aparecen fotografías de mujeres manifestándose con carteles que les cubren pecho y espalda, o pancartas en las que se lee “Frente Único Pro Derechos de la Mujer”, se escucha: “En 1937, las mujeres organizaron mítines, conferencias, amenazaron con quemar Palacio Nacional e iniciaron una huelga de hambre frente a la casa del presidente Cárdenas”.
“La presión le obligó a enviar la iniciativa; pero, aunque se cumplieron los requisitos de ley, no la publicó en el Diario Oficial, y la reforma no surtió efecto. En 1939, con gran frustración, el movimiento se diluyó al interior de los partidos políticos”.
“Durante los siguientes 22 años, Esther Chapa envió una carta al Congreso, solicitando se llevara a cabo la modificación del artículo 34 Constitucional en los términos en que fue aprobado; y varias mujeres, desde posiciones que a duras penas conseguían en los pasillos del poder, cabildeaban, argumentaban, convencían”.
El video termina con una imagen de la República Mexicana a la que se superponen los años 1947 -cuando se consigue el voto en elecciones municipales- y 1953, cuando un 17 de octubre se reconoce el derecho al voto de todas las mujeres mexicanas.
Al encenderse las luces, estamos de pie aplaudiendo emocionadas. En eso, Hermila se levanta de su asiento y tras ella todas las demás. Sonríen ampliamente y aplauden. Claramente leo de sus labios: “Valió la pena”, “no se rindan”, “sigan adelante”. Y de pronto, todas juntas, a una sola voz comenzamos a gritar: ¡Paridad!, ¡Paridad!, ¡Paridad!
Sí. Si nos reuniéramos este 17 de octubre, algo así sucedería.