Mi madre está muy preocupada, me dijo una amiga. Dice que ha oído rumores sobre mí. Le han dicho que seguro quiero divorciarme porque -se acerca a mi oído y murmura- estoy en “esos temas”. Se aleja de mi oído y se ríe a carcajadas.
Las mujeres –como los hombres- se divorcian por muchas razones. Tantas, como las que los llevaron a casarse en primer lugar.
¿Por qué dos personas deciden casarse? La respuesta más inmediata es: ¡por amor!
Pero “amor” es un concepto complejo que no alcanzamos a explicar. A lo mucho decimos que no se trata de definir, sino de sentir. Y cuando queremos poner en palabras lo que se siente, igual enmudecemos o lo llenamos de frases hechas (unas más cursis que otras).
No obstante, aceptamos que la gente se case por amor. Pero no aceptamos de igual manera que la gente se descase por desamor.
“Ya no lo amo”, no es una razón suficiente en nuestra sociedad –y menos en nuestras leyes- para decidir divorciarse de alguien. Y entonces empiezan las suspicacias y toda clase de argumentos en contra.
Si el amor no admite explicaciones, el desamor tampoco debería admitirlas. Pero nos las exigen. En especial a las mujeres. Y deben ser de enorme peso porque, por ejemplo, hasta hace muy poco el hecho de que nuestra pareja amara a otra persona, tuviera otra familia y dividiera su mundo, su tiempo, su corazón y su dinero en dos, no era suficiente razón para divorciarse.
Las mujeres jóvenes no hacen caso de ese canon; pero da un buen parámetro de lo menos aceptado que es querer divorciarse porque se quiere avanzar profesionalmente y la pareja representa un ancla, o porque no se desea tener hijos, o porque no desea seguir siendo “la mamá” de su esposo, o porque la pareja no es corresponsable de las tareas del hogar y de cuidado, o porque, por una u otra razón o sinrazón, simplemente ya no le ama.
Acaso por eso, las personas dispuestas a defender el matrimonio sin importar más nada que la idealización de vida en común (así se parezca a un campo de concentración o al ambiente de la guerra fría) buscan a quien culpar del semejante desatino de ya no querer vivir con una persona a la que se amó o se ama, pero con la que yo no se desea compartir la cama, la casa, la vida.
Es así que, en el caso de mi amiga, le han dicho a su madre que la razón es que “ella está metida en esos temas”.
-¿Cuáles son “esos temas”?, mamá, preguntó mi amiga.
-“Pues esos, del feminismo y esas cosas”.
Mientras me lo contaba, mi amiga y yo nos reíamos de buena gana.
Según esa lógica, todas las feministas estaríamos divorciadas. Y las no feministas seguirían casadas. Y eso es falso.
Lo que hacen “esos temas” es brindarnos pies en la tierra para caminar con firmeza los caminos que queremos caminar, y alas para volar alto cuando así lo decidimos, contestó mi amiga a su madre. Y a mí me pareció una de las más bellas descripciones de lo que hace el feminismo por quienes lo hemos abrazado.
Y no, mamá, explicó mi amiga, “esos temas” no son la causa sino… (Pero eso ya no se lo cuento porque son las confidencias de mi amiga).