A nuestra Chapa
Una querida amiga está en una encrucijada. Es una de esas en la que nadie quisiera estar; pero, aun así, se está. Porque así es la vida.
Mi amiga tiene cáncer. Uno “no muy común” –le han dicho–. Que se manifestó sorpresivamente, con varios tumores en distintas partes del cuerpo.
En mi experiencia, un diagnóstico así coloca, a quien lo recibe, en una encrucijada, presidida por la pregunta: ¿Qué es vivir?
Porque, al parecer, la muerte se ha asomado, o se encuentra más o menos a la vista, y las grandes rutas son: 1) La que te ofrece la medicina alopática (quimioterapias, radioterapias, cirugía, quimios experimentales y un corto etcétera). 2) La ruta de eso que conocemos como medicina alternativa y que incluye medicina china, india, homeopatía y un largo etcétera. 3) Cuidados paliativos para vivir lo mejor posible el tiempo que reste de vida. 4) La muerte asistida. Pero en nuestro país sólo es legal, por ahora, en la Ciudad de México.
Cuando recibió el diagnóstico, mi amiga dijo con absoluta contundencia: “Yo no me quiero morir, aún tengo mucho que dar y todavía tengo mucho que hacer”. Acto seguido se puso en manos de especialistas que le declararon la guerra al cáncer como quien defiende un castillo medieval: con bombardeos constantes y sistemáticos; sólo que aquí en dosis de quimioterapia.
El bombardeo (como sucede en todos los bombardeos) causó varios daños colaterales. Perdió todo su cabello y buena parte de su capacidad auditiva; bajó mucho de peso, y las consabidas náuseas, mareos, vómitos le restaron calidad de vida.
Atravesó ese infierno como una reina. Bien plantada, llena de dignidad y fortaleza. Nada de ocultar que tenía cáncer. Se lo dijo a medio mundo. Y no con pena, sino como quien avisa que le acaban de negar un derecho y ella va a luchar con todos los medios a su alcance para que se le reestablezca su derecho, ¡nomás faltaba! (Como siempre).
En sus reuniones virtuales de trabajo, conferencias y varios homenajes que comenzó recibir, no tuvo empacho en mostrarse calva. Eso sí, con sus labios pintados de rojo y un collar de perlas (también como siempre).
Y dio la batalla como ha dado sus batallas. Con toda pasión, con toda entrega, con toda convicción, con toda enjundia.
Pero el cáncer carece de lógica, de ética, y le importa un comino nuestra dimensión de lo justo o lo injusto. Así que fue armando bastiones en otras partes de su cuerpo, algunos de los cuales ya le impiden leer (cosa que para ella es como el agua a las plantas).
Su médico opina que ahora hay que incendiar todo (es decir radioterapia). Y yo, que no soy médica, le digo que lo que veo es, de nuevo, la encrucijada con la misma pregunta: ¿Qué es vivir?
¿Vivir es respirar? ¿Es sólo un corazón latiendo? ¿Es más que eso? ¿Cuál es el sentido?
La pregunta es ineludible, le digo, y lleva implícita otra pregunta: ¿Cómo quieres morir? Porque al parecer todas las rutas llevan al mismo lugar, pero el clima, el paisaje, las condiciones de cada sendero son diametralmente distintas.
Mi amiga está en una encrucijada, de esas en las que nadie quiere estar. Y en lo que responde la pregunta, quienes le queremos hemos decidido acampar cerca, para acompañarla en el camino que elija.