Calabazas, gatos negros, sombreros puntiagudos, flores de cempasúchil, calaveras, papel de china. No hay duda. Se acaba octubre y empieza noviembre.
No es cualquier cosa. No en nuestra cultura. No para mí.
Si tuviera que definir esos días con una sola palabra, elegiría: mezcla. Son días de mezcla.
Se mezclan Halloween y los Días de Muertos.
Se mezclan las tradiciones, la de Estados Unidos y las nuestras. Y, desde donde yo miro el mundo no parecen competir. Las catrinas conviven bastante bien con algunas sabanas de aspecto fantasmagórico, y los altares no parecen inmutarse ante una fingida telaraña.
Se mezclan los sabores. El pay de calabaza no le disputa lugar al dulce de papaya; y un pibipollo no se amilana ante una pila de caramelos.
Pero en mí se mezclan, sobre todo, las emociones.
Por un lado, espero con ansias la visita a mi familia política en Campeche (tradición familiar que sólo la pandemia fue capaz de suspender). Todo se llena de colores ahí: la comida, los dulces, los altares, las flores. Todo se llena de olores ahí: huele a pibipollo, a hoja de plátano, a xpelon, a masa, a tomate, a epazote. Todo se llena de risas ahí: cuando jugamos lotería campechana, cuando comemos alrededor de una gran mesa, cuando visitamos a las amistades.
Pero basta ver la foto de mi hijo en el centro del hermoso altar que monta mi cuñada, para que me duela la ausencia.
En la foto, mi Alex luce con una gran sonrisa. Parece recordarme que disfrutó muchísimo cada visita a casa de sus tías, que comió, jugó y río a sus anchas; que, en fin, fue muy feliz. Parece decirme que, de algún modo, sigue ahí; que, mientras le recordemos, él sigue ahí.
De hecho, todo el fin de la celebración de esos días en nuestro país, tiene ese objetivo: Recordar amorosamente a quienes murieron. Por eso, en los altares, puede variar la forma y el colorido, pero se suelen colocar fotografías, poner platos con la comida favorita, vasos con la bebida predilecta, objetos que hagan alusión a sus pasatiempos. Recordar, recordar, recordar.
Y también apelamos a todos los sentidos: el ambiente se llena de colorido, de olores, sabores, sonidos. Es decir, esos días se procura que recordar sea un acto de alegría y amor.
Y sí. Pero a mí a ratos se me hace un nudo en la garganta, me duele el corazón y tengo que suspirar, que es la manera en que respiro cuando no quiero que la tristeza se me quede atorada.
Aún no sé cómo lograr que sólo sea el amor el que me inunde. Que la foto en el lugar de honor del altar sólo me recuerde su vida y no su ausencia. Aún no sé cómo recordar esas visitas a Campeche sin extrañarlo tanto. Aún no sé cómo extrañarlo sin que duela. Aún no sé siquiera si eso es posible.
Por lo pronto, lo que hago es aceptar la mezcla y procurar darle espacio a cada emoción. Disfruto mucho a la familia, y suspiro cuando veo la foto de Alex en el altar. Abrazo, me dejo abrazar, y luego como muy a gusto o juego lotería con los sobrinos y me río de buena gana.
Acaso así será siempre. Acaso así es la vida. Una mezcla.
22/CL