Hay frases que no me gustan. Me cuesta trabajo decir, por ejemplo, “aniversario de nacimiento”. Se podría decir “cumpleaños”. Pero, ¿cómo lo dices si ya no cumple años?
Mi hijo Alejandro cumpliría en estos días 37 años. Murió poco antes de cumplir 31, de cáncer. Usted, que sigue mis letras, ya sabe. Y desde entonces me he quedado sin saber cómo nombrar esa fecha.
No la podemos pasar desapercibida. No hay modo. Pero es de esas fechas que se caminan con el corazón en brazos, como acurrucándolo, y en que se camina de puntitas, para intentar no despertar al tsunami que llega con la nostalgia del futuro, esa que nos haría preguntarnos dónde estaría, cómo festejaría, a qué hora le llamaríamos.
Yo procuro no alimentar mucho la nostalgia del futuro. No tanto por razones prácticas, sino porque se me ha quedado estática su imagen de antes de comenzar la quimioterapia.
Es como una fotografía. Pero no de las que muestra una imagen fija. Es más como las que describió con su extraordinaria imaginación J. K. Rowling en la saga Harry Potter. De esas fotografías en la que se puede ver movimiento e incluso hablan.
Yo veo a mi Alex, con un cuerpo parecido al de un jugador de futbol americano y una sonrisa de niño que va por primera vez al jardín de niños.
Amaba su sentido del humor, su inteligencia, su capacidad para la ironía que convertía en bromas, siempre suaves, nunca afiladas, y a las que solía acompañar con una pícara mirada o con una sonora carcajada.
Amaba también su agudeza para discutir conmigo. A ninguno de los dos nos daba pereza la esgrima verbal. Así que podíamos debatir, colocar los argumentos enfrente y dejar que las ideas fueran y vinieran.
Amaba su entereza para tomar decisiones y defenderlas aun a pesar de nuestro desacuerdo. Y amaba cómo, una vez hecho el anuncio -y si era preciso, la labor de convencimiento- se dirigía a su meta como centro delantero que quiere meter un gol.
Amaba su risa fresca como brisa de lluvia en un verano ardiente. Amaba cuando comíamos en familia y luego jugábamos cartas o lotería campechana.
Todas esas son como fotografías con movimiento que atesoro. Y para el día a día del duelo, funcionan. Es decir, puedo reír o llorar o extrañar. Pero no son muy útiles para el cumpleaños, porque el tiempo está detenido en instantes precisos y preciosos.
Mi amado hijo no cumple ni cumplirá 37 años. No es su cumpleaños.
Pero tampoco ignoramos el día. De hecho, hacemos lo posible para celebrar que un día nació y formó una parte vital de nuestra familia. Hacemos lo posible, pues. Pero días antes nos llueve. Para mí ha sido como aguacero tropical que va y viene a su antojo.
Y eso del lenguaje no ayuda. Me niego a llamar ese día “aniversario de su nacimiento”. Me parece una frase vacía y lejana.
Pero eso de “cumpleaños” tampoco me acomoda.
Así que aquí me tiene, bañada en lágrimas sin poder nombrar el día en que mi primer hijo nació y me cambió la vida para siempre.
23/CL