La vida me ha enseñado que, a menudo, las oportunidades vienen disfrazadas de obstáculos. La interesante vida de Elizabeth me lo recordó.
Fue una mujer que vivió con intensidad las novedades del siglo XIX y, también, las restricciones que vivían las mujeres sólo por nacer mujeres.
Elizabeth Cady nació en un pequeño poblado de Nueva York un 12 de noviembre de 1815. Y, aunque era mujer, tuvo una educación formal gracias a que su familia era cuáquera y no católica.
Además, en su hogar, participaba en reuniones con colegas de su padre -un prestigiado abogado- y otros invitados, cosa excepcional para las mujeres de esa época.
A partir de aquí aprecio las oportunidades disfrazadas.
En esas reuniones conoció a las hermanas Grimké, Angelina y Sarah, destacadas antiesclavistas, que denunciaron la complicidad de las iglesias en la opresión de la población negra (sic). Esto provocó un frente común en su contra, bajo el argumento de que a las mujeres no les correspondía tratar asuntos públicos.
El gran obstáculo que se colocó a sus actividades abrió la puerta a las reflexiones y acciones por los derechos de las mujeres. Sarah Grimké escribió en 1938 “Cartas sobre la igualdad de los sexos y la situación de la mujer”. Ese mismo año, su hermana Angelina escribió en su diario: “Las mujeres abolicionistas estamos poniendo el mundo al revés”.
Dos años después, Elizabeth Cady y Henry Stanton se casaron, y en su luna de miel asistieron a la convención mundial contra la esclavitud organizada en Inglaterra.
Pero no la dejaron entrar por ser mujer. Lo más que le permitieron a ella y a otras fue escuchar detrás de las cortinas.
Ese obstáculo abrió la puerta al movimiento que cambió la democracia de los países de Occidente. Porque ahí, tras las cortinas, nació la semilla de los movimientos sufragistas estadounidense y británico, que fueron grandes, novedosos, osados y que influyeron de manera decisiva en otros países, como México.
A su regreso, Elizabeth y Lucretia Mott (a quien conoció tras las cortinas) pusieron manos a la obra. Redactaron un documento que enumeró y argumentó las exigencias de derechos de las mujeres, incluidos los derechos políticos; y convocaron a una convención para legitimar y formalizar esas exigencias frente a su nación.
El documento se llamó Declaración de Sentimientos, pero pasó a la historia como Declaración de Seneca Falls (1848) por el lugar en el que se realizó la convención.
Esta Declaración representaría el documento fundacional del sufragismo y, para Estados Unidos, el nacimiento del feminismo como movimiento social.
Elizabeth participó en diversas acciones por los derechos de las mujeres, pero hacia la década de 1850 se dedicó por completo al sufragismo.
Junto con Susan B. Anthony, dominó en buena medida la escena del activismo feminista en los siguientes años.
Elizabeth Cady Stanton murió en 1902 sin poder votar. Transcurrieron 18 años más para que las estadounidenses pudieran conseguir el reconocimiento legal de su derecho al voto.
Releer la historia de su vida me recordó que, en efecto, hay oportunidades disfrazadas de obstáculos y, también, que ninguna acción por los derechos de las mujeres siembra en vano. Es sólo que, a veces, la semilla tarda en germinar y no podemos ver los frutos.