Escribo estas letras horas antes de las elecciones. Elecciones históricas, se ha dicho. Y es cierto. Pero lo mismo se dijo de las pasadas. Y también fue cierto. Y, seguramente, diremos eso de las próximas. Conviene, entonces, tener perspectiva. Para eso, a mí me gusta mirar un poco más atrás.
La historia de nuestra democracia se escribe hace muchos años. A duras penas, en general. A contracorriente, a menudo. Con largos periodos de letargo, y otros, de encendida molestia, frustración, o de participación, reacción y cambios.
A veces se ha parecido más a una dictadura. Otras, a una especie de monarquía. Otras, a una autocracia.
A veces depositamos mucha esperanza y terminamos con mucha frustración. Otras, no esperábamos nada y terminamos con algo.
Pese a todo (y, a veces, “todo” quiere decir TODO), las mujeres –particularmente las feministas- hemos logrado cambios sustanciales que en algún momento fueron señalados como improbables e, incluso, como imposibles.
Si al comienzo del siglo XXI me hubieran dicho que yo viviría para ver la paridad legal, incrédula habría respondido con un escueto “Ojalá”.
Y no sólo la atestigüé, sino que pude poner mi granito de arena en su construcción, y puedo apreciar su materialización casi en cada rincón de mi país.
Pero, ¡es más legal que real!, dirán unas. Y es cierto. Pero, ¡hay mucha simulación!, comentarán otras. Y tendrán razón. Pero, ¡falta un largo trecho!, opinarán algunas más. Y dirán la verdad. Sin embargo, no hay que perder de vista que hubo una vez que nos dijeron que era impensable, imposible, irrealizable…. Y henos aquí.
Conseguimos la paridad en la Constitución Política de México y en las constituciones de cada entidad. Conseguimos reformas importantes en las leyes electorales federales y estatales en materia de paridad. Conseguimos reformas constitucionales para que los derechos de las mujeres fueran garantizados en las elecciones por “Usos y costumbres” en comunidades indígenas.
Conseguimos reforma constitucional para que la paridad fuera transversal; la llamamos “Paridad en todo”, y con ella obligamos a los partidos políticos a postular a más mujeres que nunca a las gubernaturas estatales.
Conseguimos enormes reformas legales para ponerle nombre y quitarle el permiso a la Violencia Política contra las Mujeres en razón de Género.
Conseguimos acuerdos que permiten que más mujeres indígenas, afromexicanas, con discapacidades y pertenecientes al colectivo LGBTTTQ+ fueran postuladas para contender en la elección.
Todo eso y más lo hemos conseguido fundamentalmente ciudadanas organizadas, acompañadas por no pocos ciudadanos, en menos de 10 años.
Eso significa que estamos escribiendo historia en materia democrática no ayer, no hace 3 años; sino desde hace tiempo.
A todos esos logros les podemos poner “peros”. Sí. Y en algunos casos el “Pero” es grande, con mayúsculas.
No obstante, pase lo que pase, las mujeres debemos tener presente que, a pesar de todas las adversidades, los grandes desafíos, los enormes obstáculos, la violencia, y en medio de una inclemente pandemia, nosotras estamos construyendo un país más democrático. Nosotras estamos cambiando la historia de México.
Pase lo que pase ya estamos en otro horizonte, subiendo otras montañas, caminando hacia otra utopía.