Pionera

Por donde una mire (mire bien, quiero decir), hay mujeres que abrieron camino ahí donde el machismo lo obstaculizaba como selva tropical en verano, o como alud de nieve en pleno invierno. Yo he tenido el privilegio de conocer a muchas.

En realidad, si mira bien, seguro usted también; porque en el ámbito que a usted se le ocurra puede encontrar a mujeres que fueron las primeras en llegar a un espacio antes vedado para nosotras.

Muchas pioneras no deseaban o esperaban ese recorrido. Las circunstancias las colocaron de frente a ese camino. Estaban en el lugar correcto en el momento indicado. El enorme mérito de las pioneras reside en que aceptaron el desafío. No es poca cosa. Porque ninguna la tuvo fácil.

A veces su sola presencia abrió la posibilidad a otras de arribar a esos espacios. Algunas sumaron a su presencia un trabajo notable; y otras más, sumaron la deliberada intención de abrir el camino para otras, conscientes de que la ausencia de las mujeres en ese espacio era injusto, inmerecido y absurdo.

María Cristina Sangri Aguilar fue de las pioneras que con su presencia y trabajo abrió camino a las mujeres políticas, en especial a las de Quintana Roo.

No estaba en sus planes. Ella era secretaria bilingüe, una de las pocas profesiones aceptables para las mujeres de su tiempo. Casi sin quererlo, entró al servicio público de un territorio que se empeñaba en crecer entre la selva y el mar.

Y vaya que creció. Quintana Roo y María Cristina.

En 1974 fue la primera mujer diputada en la primera Legislatura del naciente estado de Quintana Roo. Y después, fue la primera mujer en ocupar una presidencia municipal en la entidad, la primera senadora, la primera en fundar y dirigir lo que hoy es el Instituto Quintanarroense de la Mujer. Fue la primera muchas veces.

Cuando yo llegue a vivir a Chetumal, ella era la presidenta municipal. Y lo supe no porque hubiese preguntado. Sino porque los taxistas -de hecho, mucha gente lo hacía a la menor provocación- canturreaban un fragmento de una popular canción: “María Cristina me quiere gobernar, y yo le sigo, le sigo la corriente, porque no quiero que diga la gente que María Cristina me quiere gobernar”.

La cantaban y se la cantaban, y María Cristina se reía, la cantaba, y gobernaba.

Fue una política muy querida y su trabajo fue ampliamente reconocido, cosas poco usuales en cualquiera que se dedique a la política y menos siendo mujer, porque se le suelen regatear ambas.

Al paso de los años la entrevisté un par de veces, y cuando en alguna ocasión le pregunté si no había encontrado resistencias en el espacio de poder, me soltó una frase que la pinta de cuerpo entero y que ha sido el mantra de muchas jóvenes políticas: “A veces no me invitaban, pero como no me decían que no fuera, yo me presentaba”.

De modos suaves y resistencia firme, así fue María Cristina.

Murió el 15 de enero de este año.

Se fue yendo de a poquito, como quien en realidad no quiere irse. No se dio cuenta que mujeres como ella no se van nunca, porque su legado cobija a generaciones enteras.

Hasta siempre querida María Cristina.

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Firma Cecilia Lavalle
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