Casi no se habla de otra cosa. Suele suceder cada cuatro años. Las Olimpiadas representan una especie de imán para millones de personas en casi todo el mundo. Esperan la fecha cual feligreses devotos, y acuden a la cita personal o virtualmente como quien siente que debe ir a la Basílica o a la Meca.
Es una emoción que no encuentro en mí. Y mire que mis hermanos –los tres- son fanáticos del futbol y de muchos otros deportes. Mi hermano Carlos, en particular, acomoda su vida en función de alguna competencia deportiva.
Y realmente disfruto mucho verlos disfrutar un partido. Pero a mí, honestamente, no me conmueve nada. Soy el bicho raro de la familia.
No obstante, acudí a la cita de la inauguración de las Olimpiadas, y esta vez realmente me conmovió, aunque por motivos diferentes. Me conmovió el protagonismo de las mujeres. El real y el simbólico.
Cuando nacieron los modernos juegos olímpicos (1894) se prohibió a las mujeres participar, casi con los mismos argumentos que se utilizaron para impedir el voto. Y el arrojo, la osadía, la persistencia, la resistencia de muchas mujeres abrió esas puertas, pese a todos los obstáculos, ataques, cuestionamientos.
Se puede tener una idea de lo que eso significó al acercarse ahora a la historia de las mujeres que dada la prohibición de practicar deporte huyeron de su país y hoy participan por esa nueva patria o en la delegación de “Refugiados” (una delegación cuya sola conformación nos debería doler).
Pero, asimismo, hoy atestiguamos los frutos. Por primera vez hay paridad en las Olimpiadas; de hecho, hay delegaciones como la mexicana conformada por más mujeres que hombres.
En el terreno de lo simbólico me conmovió profundamente el reconocimiento que en Francia se hizo a la participación de las mujeres por la igualdad.
Vimos representaciones artísticas de los conceptos que nacieron en Francia y cambiaron la vida del mundo occidental: Libertad, Igualdad.
Con esos conceptos nacieron la democracia moderna y lo que hoy llamamos derechos humanos. Grandes inventos sociales de fines del siglo XVIII, de los cuales las mujeres, todas, fuimos deliberadamente excluidas.
En ese mismo instante nació el feminismo como movimiento social, pues muchas mujeres se volcaron para exigir los mismos derechos que se estaban configurando para los hombres. Y en eso estamos desde entonces.
Así que ver un apartado del espectáculo con el concepto de Sororidad, y ver emerger del río Sena, precisamente frente a la Asamblea, estatuas que representan a mujeres que en distintos momentos de la historia trabajaron por derechos de las mujeres como el derecho a la ciudadanía, a la igualdad, a participar en deportes, a la propiedad e integridad de su cuerpo, fue absolutamente conmovedor.
Esto hubiera sido impensable sin la tenacidad, arrojo, insistencia y resistencia de miles, millones de mujeres en el pasado y en el presente. Y para mí representó un mensaje a los Trump, los Milei, los Ayatolah del mundo. Por mucho que cueste y que tardemos no hay marcha atrás: todos los derechos serán para todas las mujeres, en todas partes, todo el tiempo.