Estamos en el umbral. Como cuando estamos con la puerta entreabierta y un pie dentro de otro cuarto, pero aún no hemos entrado del todo. No sabemos exactamente cómo la pasaremos en la otra habitación, pero entrar en ella es inevitable.
En efecto, estamos a punto de entrar a otra etapa en nuestro país. Una inédita. Nunca hemos estado por ahí. Por primera vez una mujer será la presidenta de México. Y, al margen de que sea o no por quien votamos, hay espacio para amplias expectativas. ¿Qué podemos esperar?
Hace siglos que nos dicen que la biología manda. Es decir, nos han dicho que nacer mujer o nacer hombre trae, de fábrica, una serie de cualidades y defectos que son inherentes al sexo con el que se nace.
¡Qué se le va a hacer!, nos han dicho. Eres mujer, por tanto, eres tierna y dócil, el sacrificio es lo tuyo y estar al de servicio a otros es lo que te corresponde.
¡Qué se le va a hacer!, nos han dicho. Es hombre, por tanto, es valiente, la competencia y la violencia es lo suyo, así que gobernar es lo que le corresponde.
Años de experiencias, reflexión crítica y estudios, han contradicho eso. Biología es una cosa y formación y cultura son otra. Como seres humanos podemos ser formados para la violencia o la ternura, para el gobierno, la servidumbre, anexas y conexas, independientemente del sexo con el que nacemos.
Pero las viejas ideas siguen ahí, como moho en clima tropical. Eso explica por qué en 2024, de los 193 países en que se divide nuestro mundo, sólo en 15 gobierne una mujer.
Y también explica por qué se suelen depositar en ella expectativas y exigencias que jamás se colocan en un hombre.
La historia muestra que han gobernado mujeres incapaces, corruptas, violentas. Como muchos hombres.
Y también han gobernado mujeres que han hecho bien a su sociedad y se destacan por sus políticas públicas, su empatía, sus decisiones. Como muchos hombres.
Las mujeres que gobiernan son humanas, pues, como cualquier otro humano. Como usted y como yo. Como todas las personas que conoce.
Por ello, esperar que cuando gobierna una mujer, en realidad gobierne una diosa no sólo es imposible, sino que, además, es injusto. Tan injusto como esperar que nos gobierne un dios en vez de un simple mortal, con defectos y cualidades.
De modo que me parece necesario poner pies sobre tierra.
No debemos esperar a ninguna de las protagonistas de los cuentos. Ni a la princesa, que hace todo desde el corazón y pocas veces usa el cerebro. Ni a la mala, que es capaz de silenciar y matar sólo porque otra es más bella o quiere al príncipe.
En la vida real los cuentos que nos han contado no sirven gran cosa.
Debemos, en cambio, no sólo esperar, sino exigir, que respete los principios democráticos que nos hemos dado y que gobierne con los parámetros de los derechos humanos. Como mínimo.
Es decir, debemos exigir lo mismo que hemos exigido a los señores que nos han gobernado. Y reclamar, como hemos hecho, si no cumplen.
Y si no cumple, deberemos señalarla a ella, no a tooodas las mujeres. Del mismo modo que después de Hitler a nadie se le ocurrió que nunca más debía gobernar un hombre.
Crucemos el umbral con prudencia y, si se puede, con entusiasmo. Ya llegará la hora de hacer balance.