Si es cuestión de confesar no sé preparar café y no entiendo de futbol. Así empieza una canción de Shakira, y la traigo en la cabeza porque así estoy. Yo, en efecto, no sé de futbol; pero sí sé preparar café y sí quiero confesarle algo.
Como diría mi madre en los mejores tiempos en que ejercía su capacidad formadora de una humana de provecho: Estuve tiradota sin hacer nada (frase que decía de corrido, y que se aplicaba a cualquier cosa que estuviéramos haciendo, mis hermanos o yo, acostados fuera de la hora de dormir).
Durante unos días estuve tiradota y, además de leer (cosa que sí es de provecho), me dediqué a un ocio que es nuevo para mí. Entré al mundo de los videojuegos. Bueno, eso es una exageración. Bajé un par de jueguitos a mi tableta. Pero igual son videojuegos, e igual es un mundo nuevo para mí.
Bajé un juego de armar palabras y otro de encontrar figuras similares. Un poco ñoños, la verdad, pero me han entretenido mucho.
Lo que me tiene boquiabierta es la cantidad de juegos que se anuncian, cuyo relato implica una violencia y una misoginia increíble.
En muchos de ellos tienes que salvar a algún personaje. Ya de entrada, me pregunto por qué el relato debe centrarse en salvar a alguien.
Ese alguien suele ser una mujer que es una inútil, incapaz de ponerse a salvo, en plena nevada, en una casa con la ventana rota. A veces esa mujer lleva un bebé, pero siempre es igual de inútil y debe ser salvada.
Otra constante en ese relato, es que fue abandonada. La dejó –se infiere- el papá de esa criatura. Y la dejó por otra mujer que, nomás faltaba, luce más joven y sexy, y que, además, se regocija con el sufrimiento de la otra.
En otra variedad de este relato, una mujer es botada –literalmente- por un señor que elige a otra (mucha imaginación no tienen). La mujer que ha quedado en el suelo debe ser salvada, y las opciones son: ¡cambiarle el corte de cabello, cambiarle el vestuario, maquillarla! Y, el colmo, es que el objetivo es que ¡regrese con el señor que la botó!
Nada es inocente. Nada carece de intención. Y los juegos no sólo no son la excepción, sino que son el vehículo más engañoso (precisamente porque parecen inocentes) para fijar en el inconsciente una idea de cómo es o como debe ser la realidad, de cómo es o como deben ser las personas en la vida real.
Cuando a una niña le regalan un muñeco que parece un bebé, y que debe ser cuidado y alimentado, le regalan la idea de que su tarea es ser madre.
Del mismo modo, cuando a un niño le regalan una pistola, le entregan la idea de que su tarea es matar a quien se considere ”el enemigo”.
No, ningún juego o juguete es inocente. Tienen un relato implícito.
En los videojuegos el relato es más brutal porque en la realidad virtual los personajes lucen, se mueven, interactúan de manera bastante real.
Un joven amigo me dice que no he visto nada. Que en los videojuegos “de verdad”, la violencia y misoginia contra las mujeres puede alcanzar niveles feminicidas.
Si queremos construir igualdad es preciso cambiar el relato. Cambiar el relato en los juguetes, en los juegos electrónicos, en los videojuegos. Porque no hay nada más inocente que suponer que “es un simple juego”.