Todo indica que estoy en esa base. Ya sabe, como en el beisbol.
Para cuando usted lea estas letras yo habré celebrado mi cumpleaños número 58. Y aunque aún estoy a dos años de ser oficialmente considerada una anciana (en lenguaje políticamente correcto: “adulta mayor”), yo creo que ya estoy en tercera base; es decir, en la tercera etapa de mi vida.
¿Cómo lo sé?
Pues mire. No son los avisos del cuerpo. Aunque, claro, dan pistas. Por ejemplo, “antes” se empieza a volver una palabra cotidiana: Me duelen articulaciones que “antes” no me dolían; necesito lentes para ver cosas que “antes” veía muy bien.
Tampoco es la indudable certeza de que voy más despacio. Físicamente y emocionalmente. Los tacones altos pasaron a la historia. Camino con menos prisa y me fijo más en mi camino. Elijo más cuidadosamente lo que deseo o necesito. Tomo tiempo para descansar. Disfrutar se ha vuelto casi sinónimo de paladear.
Pero no. Tampoco esas fueron las señales más claras.
Las pistas más certeras vinieron de los árboles y de una joven mujer japonesa.
Los árboles comenzaron a enviarme señales cuando mi hijo estaba enfermo. Cada día de ese duro año, al pasear a sus perritas miraba los árboles desprenderse grácilmente de sus hojas. Y yo casi podía oírles decir: “suelta, suelta”.
Tras su muerte, los árboles siguieron “hablándome” de soltar, de aceptar las pérdidas del otoño, de aceptar el vacío.
Y en enero de este año me encontré a una alegre mujer japonesa, que con su método para poner orden está causando revuelo en medio mundo.
Descubrir a Marie Kondo reafirma que cuando la alumna está lista aparece la maestra. Casi devoré sus primeros libros y una docena de videos que me dieron una clara idea del proceso y el caos en el que iba a entrar.
En su método el primer paso es desechar.
Llevo semanas en ese proceso, y lo que vuelvo a “oír” es: “suelta”. Desechar es por sobre todo soltar. Soltar la ropa de lo que fui y ya no soy. Soltar los libros que llenaron o apasionaron a la que fui, pero ya no soy. Soltar los aretes, collares, bolsas, zapatos, cuadernos, platos, vasos, ollas, cuadros… de lo que fui, pero ya no soy.
El proceso está siendo gozoso, en general. Pero sin la guía de Marie Kondo, ya me hubiera atorado.
Los argumentos para no soltar son muchos: “aún sirve, volvió a estar de moda, apenas si me lo puse, a mi hijo le encantaba, algún día podría servirle a mi hija…”. Algunos objetos, en otro tiempo, ni siquiera hubiesen sido puestos en cuestionamiento: “¿Cómo me voy a deshacer de mi colección de libros de Mafalda?!”
Pero la pregunta clave en el método ha sido la mejor guía: “¿Me hace feliz?”, ¿ahora?, ¿aún?
Mi respuesta ante cada objeto sobre el que pueda dudar, ha sido una buena manera de soltar. De aprender a soltar.
Decidiendo qué soltar, qué conservar; redescubriendo quien fui pero ya no soy; abrazando lo que voy siendo ahora, encuentro la absoluta certeza de que ya estoy en la tercera base.
Y, ¿sabe qué?, ¡me encanta! No tengo idea cuánto tiempo estaré aquí; pero lo que sí sé es que estoy dispuesta a disfrutar mi estancia como quien mira el atardecer en la playa con una copa de buen vino.