Veo a un par de señoras correr alrededor de la plaza. Hacen ejercicio. Veo, también, a un hombre que pasea a su perro y a unos niños que juegan a perseguirse. Yo poso para una foto con un grupo de jóvenes políticas, mientras pienso “cambia, todo cambia”, porque en esa misma plaza, un 2 de octubre de 1968, el ejército disparó contra cientos de estudiantes.
Formo parte de Aúna, un colectivo que trabaja en la formación y acompañamiento de nuevos liderazgos de mujeres en política. Y por tercer año celebramos Atria, nuestra reunión anual. Esta vez fue en el maravilloso Centro Cultural Tlatelolco.
Toda la zona es un túnel del tiempo por el que vas y vienes del pasado al presente; y también se vislumbra un mejor futuro, que hoy muchas y muchos construimos.
Ahí, como nos recordó Mónica Tapia, coordinadora nacional de Aúna, se ubicó uno de los mercados más importantes del México prehispánico. Y hay numerosos vestigios arqueológicos para recordarlo.
Ahí se construyeron grandes edificios, multifamiliares les llaman, uno pegado a otro, con pequeños espacios habitacionales, uno igual a otro.
Desde esos techos, integrantes del ejército mexicano, por órdenes del presidente Díaz Ordaz y de Luis Echeverría, secretario de Gobernación, dispararon a jóvenes que abarrotaban la plaza en un mitin pacífico. La matanza de Tlatelolco. “2 de octubre, no se olvida”.
Fueron asesinados un número indeterminado de estudiantes, detenidos miles, torturados muchos y desaparecidos algunos.
¿Cuántos? No hay certezas, porque al día siguiente las noticas hablaron del clima.
Ahí el temblor de 1985 derrumbó, como si fueran naipes, varios edificios y abrió un enorme duelo, pero también movió una fuerza colectiva solidaria que se registra como una de las propulsoras de los cambios democráticos que vendrían después.
Ahí estuvieron las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores, sede de varios encuentros internacionales en los que se habló de paz y se negociaron acuerdos para que América Latina no tuviera armamento nuclear.
Ahí ahora hay un hermoso centro cultural, administrado por la Universidad Nacional Autónoma de México, en el que lo mismo se estudia y trabaja por la paz, que por los derechos humanos.
Ahí estuvimos más de cien mujeres, la mayoría jóvenes, compartiendo reflexiones de lo que significa ser mujer y aspirar o ejercer poder político institucional.
Escuché historias de éxito que anuncian golondrinas, pero no las suficientes para pensar que viene el verano. Me dolieron las historias llenas de obstáculos colocados por el machismo que cabalga triunfante en todos los partidos políticos; y me llené de admiración al verlas decir, lo voy a volver a intentar, esto no se ha terminado, esto tiene que cambiar. Aún siguen tiempos duros, pero con mujeres como “las aúnas” nuestro país está lleno de esperanza.
Y ahí, al tomarnos la foto conmemorativa, me di cuenta de que estaba parada en la misma plaza que había estado cubierta de sangre y de rabia en el 68 o de esperanza y solidaridad en el 85.
Entonces recordé la canción que cantaba Mercedes Sosa: “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo… Y lo cambió ayer tendrá que cambiar mañana… Cambia, todo cambia…”