Una buena costumbre

Ya sé que se comienza a volver una especie de cliché. Pero, ¿sabe qué?, debemos volverlo costumbre. La buena costumbre de agradecer.

Yo comencé a hacerlo de manera consciente, forzada incluso, en momentos en los que creía que había poco que agradecer.

Mi hijo se había enfermado de cáncer como quien se enferma de gripa –de un día para otro- y en menos de un año murió tras el viaje al infierno que representan las quimioterapias, radioterapias y toda esa invasión de químicos que se han inventado para combatir el cáncer.

En ese duro y doloroso tramo, fue mi esposo el que señaló lo mucho que debíamos agradecer poder acompañarlo. Y comenzamos a agradecer las mil cosas que dábamos por sentado: ver con él un partido de futbol, comer en familia, jugar Continental y que –como siempre- ganara, reírnos por alguna bobada, decirnos “hasta mañana”.

Después aprendí que agradecer es vital.

En casi todo lo que leí respecto al duelo o la felicidad (porque claro, esa se me escabullía como aguja en un pajar) se apuntaba la importancia de agradecer. Incluso se prescribía como si fuera antibiótico: en dosis precisas y horario establecido.

Sheryl Sandberg, Directora de Operaciones de Facebook, escribió el libro “Plan B” tras la repentina muerte de su esposo. Ahí relata como su terapeuta le exigió, como tarea ineludible, que cada noche antes de acostarse escribiera en un cuaderno lo que agradecía ese día.

Y recuerdo haberme identificado con Sheryl al tener la página en blanco y hacer un esfuerzo para encontrar esas “pequeñas cosas” por las que podía sentir gratitud, en un día en el que la tristeza se había instalado en mi cuerpo.

Tal Ben Shahar, quien habla de la “ciencia de la felicidad”, también considera indispensable agradecer. Dice que siempre lleva consigo una pequeña libreta en la que, cada noche, escribe cinco razones por las cuales se siente agradecido. Cinco. Sólo cinco. Cada noche. Él insiste en la importancia del ritual; de la repetición sistemática, pase lo que pase.

Y he de confesar que, aunque no he podido hacerlo de manera ritual, sí lo hice varias semanas, en especial en momentos en que la depresión acechaba como Dementor (de la saga Harry Potter).

Y, ¿sabe qué? Funciona. Porque nos obliga a ampliar la mirada. Nos fuerza a ver bajo otra luz lo cotidiano; abre la puerta para que la vida llame nuestra atención con su algarabía, sus ruidos y olores y sabores y colores cotidianos.

Agradecer pues, no sólo es una buena costumbre, a veces es vital.

Por si fuera poco, aquellas corrientes de pensamiento que sostienen que atraemos lo que pensamos, también afirman que agradecer por adelantado, como si ya se hubiera recibido lo que se desea, es la forma de atraer lo que queremos.

Así que no encuentro mejor momento que estas letras de fin de año para decirle: ¡Gracias!

Gracias por recibirme en su casa. Gracias por compartir mis letras con alguien importante para usted. Gracias por hacer suyas mis palabras. Gracias por escribirme y pedirme el artículo aquel en el que escribí eso que ahora necesita leer de nuevo. Gracias por compartir conmigo sus alegrías o sus duelos. Gracias por “obligarme” a escribir cada 15 días. Gracias por abrazarme en la distancia. ¡Gracias!

¡Nos reencontramos el próximo año! ¡Felices fiestas!

18/CL

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