¿Pedir permiso? preguntó mi sobrina confundida. Luego se quedó unos minutos en silencio pensando que había oído mal. Pero no. La pregunta esperaba respuesta.
Pensemos: Quiénes deben pedir permiso para tomar una decisión que implique, por ejemplo, mudarse de ciudad.
Diríamos que, en principio, las personas menores de edad o aquellas que dependan de otras. ¿Cierto?
Pero mi amada sobrina Cecilia no está en estos casos. Es científica, tiene más de 35 años, un post doctorado, varias estancias en el extranjero, reconocimientos por su labor, publicaciones y pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.
Recientemente fue entrevistada por un Comité de científicos –todos hombres- porque buscaba nuevas oportunidades laborales en una ciudad distinta a la que habita ahora.
Y fue en esa entrevista donde uno de ellos, medio en broma, soltó la pregunta: ¿Ya pidió permiso?
La subordinación de las mujeres –por nacer mujeres- a los hombres –por nacer hombres- tiene una larga data, pero quedó legalmente instituida para casi todo Occidente y sus colonias, tan pronto empezó el siglo XIX.
El Código Napoléonico estableció que las mujeres debían vivir subordinadas a un hombre (de preferencia un marido, claro, pero podría ser un padre, un hijo, un cura, y en realidad casi cualquiera siempre y cuando fuera hombre).
Muchas leyes mexicanas fueron creadas bajo esta norma.
La doctora en leyes Macarita Elizondo Gasperín narra en su libro Género, que el Código Civil Federal de 1928 establecía que la mujer debía vivir al lado de su marido (Art. 163); que estaría a su cargo la dirección y cuidado de los trabajos del hogar (Art. 168); que podía desempeñar un empleo o ejercer una profesión, siempre y cuando no descuidara su hogar (Art. 169); que el marido podía oponerse a que ella trabajara si él mantenía el hogar (Art. 170); y que en caso de que la mujer insistiera, un juez resolvería lo procedente (Art. 171).
Conozco a varias mujeres que debido a esta ley nadaron contracorriente en la década de 1950 y 1960 para desarrollarse profesionalmente (porque esta ley fue reformada en 1974).
Han transcurrido 91 años desde que se promulgó esta ley y otras similares, 45 desde que se derogaron; cientos de miles de mujeres ya forman parte de la población económicamente activa, tienen ingresos propios, son co-proveedoras o las únicas proveedoras en su hogar, hemos conseguido la paridad constitucional, y sin embargo….
Y sin embargo hay quienes siguen pensando que las mujeres somos eternas menores de edad, dependientes de otros y, por tanto, debemos pedir permiso.
Yo no me imagino al mismo Comité preguntarle a un científico, con las mismas características y credenciales que mi sobrina, si ya pidió permiso para mudarse de ciudad.
Acaso podrían preguntar si el cambio no representaría mayor complicación familiar; pero puedo apostar que jamás le preguntarían si “pidió permiso” a su esposa. ¡Ni en broma!
Mi sobrina contestó acertadamente: “Yo no pido permiso”, y de inmediato retomó el tema académico.
Pero cuando me lo contó, pensé que debemos acelerar los cambios, porque es inadmisible que a la generación de mujeres más preparada de la historia de la humanidad, le sigan preguntando si ya pidió permiso.