Todo depende

La vida es injusta, sentenció mi amiga que hoy tiene los ojos tristes.

No es una frase hecha. No para ella. Le ha visto la cara a lo que hace la violencia en cuerpos de niñas –algunas de meses- y de mujeres de distintas edades.

Sabe el nombre y los apellidos de las personas que fueron profundamente lastimadas. Y por más que busca una razón, un parámetro, no lo encuentra. O lo ha encontrado en la certeza de que la vida es injusta.

Y yo la contradigo. No es verdad, respondo. La vida no ha sido injusta ni contigo ni conmigo ni con muchísimas otras personas.

-Pero lo ha sido en general con la humanidad, argumenta.

-¿Con cuál parte? ¿Con cuál generación?, refuto.

Yo creo que, como diría mi abuela, todo depende del cristal con que se mire. Es más, creo que medir a la vida con los parámetros de justicia o injustica es un error. Porque la justicia es un concepto humano que cambia con el tiempo.

En la Edad Media, por ejemplo, era perfectamente justo cobrar una deuda con una parte del cuerpo de quien no había pagado en tiempo y forma. Esa medida hoy no sólo nos parece injusta, sino atroz.

Por otra parte, creo que mirar en términos absolutos nos impide ver el otro lado o las muchas aristas. Es decir, afirmar que la vida es negra, nos impide ver lo blanco, pero también los grises, los jaspeados, las realidades tipo cebra.

¿Una mujer judía en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial diría que la vida fue injusta? Muy probablemente. Pero, quizás, una mujer canadiense a la que no le llegaron ni los ecos de esa guerra, jamás diría eso. Es más, me pregunto qué diría una mujer judía de esa misma época, que haya nacido y vivido en Australia.

Por eso refutaba la sentencia de mi amiga respecto a que la historia de la humanidad muestra que la vida es injusta. Insisto, ¿de cuál parte de la humanidad? ¿En qué generación?

Yo me niego a pensar que la vida, así en su totalidad, es injusta.

Pienso que a lo largo de nuestra vida podemos vivir distintas injusticias, en diferente grado y magnitud. En especial las mujeres, y en particular las mujeres de muchísimos países o de comunidades enteras en nuestro país.

Es injusto que un niño o niña sea violada. Sin duda. Es injusto que una adolescente sea vendida o intercambiada por un saco de frijol o que un adolescente sea explotado en una fábrica. Por supuesto. Es injusto que se trate a las mujeres como cosas, que se les prohíba usar pantalones, aprender a leer y escribir, manejar, caminar por la calle, votar y un larguísimo etcétera. Desde luego. Es injusta la guerra aunque sea por una causa que se cree justa. Así me lo parece.

Pero ni con todo eso o más, puedo calificar de injusta a toda la concepción de lo que es la vida. Porque si me alejo un poco, también puedo ver a otras mujeres y hombres a quienes la vida no les ha metido el pie, o que se han levantado, sacudido las heridas, y ensanchan derechos, ayudan, salvan, exigen, amplían los caminos de la justicia, trabajan por y para otras personas, hacen de este mundo algo mejor, algo a la altura de sus mejores sueños.

Conozco a varias. Mi amiga, la que hoy tiene ojos tristes es de esas.

Y tras conocerlas, sería terriblemente injusta si afirmo que la vida es injusta. Su sola existencia contradice eso.

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Firma Cecilia Lavalle
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